El Tamiz

Antes simplista que incomprensible

La viruela

Nota: En el último artículo de la serie dije que el siguiente sería sobre la Segunda Guerra Chino-japonesa, pero tras releer los más recientes he cambiado de opinión. La guerra biológica fue algo tan deprimente que he preferido no seguir con más guerra, sino hablar sobre algo en lo que el ser humano ha usado el conocimiento para salvar vidas en vez de matar. De ahí que esta entrada sea sobre la viruela, su vacuna y erradicación, y no la guerra. Ya sé que es raro hablar de una enfermedad como algo positivo, pero según avance el artículo –no en esta primera parte, sino luego– verás a lo que me refiero.

Como sabéis los viejos del lugar, Hablando de… es la serie caótico-histórica de El Tamiz. En ella hablamos de asuntos variados: empezamos la serie hablando sobre el ácido sulfúrico, luego enlazamos con su descubridor, Geber, y de ese modo hemos continuado.

En los últimos artículos hemos hablado sobre el concepto de infinito, cuyo tratamiento matemático sufrió duras críticas por parte de Henri Poincaré, el precursor de la teoría del caos, uno de cuyos padres, Sir Robert May, fue Presidente de la Royal Society de Londres, sociedad formada a imagen de la Casa de Salomón descrita en el Nova Atlantis de Francis Bacon cuando científicos de las siguientes generaciones leyeron sus escritos, como le sucedió a Robert Boyle, cuyo trabajo en óptica fue bienintencionado pero muy inferior al de otros estudiosos de la naturaleza de la luz, cuyo carácter de onda electromagnética nunca hubiéramos descubierto sin la ayuda de Michael Faraday, que también propuso mejorar el alcantarillado de Londres pero no se le hizo caso porque no había sido aceptada aún la teoría microbiana de las enfermedades, que la humanidad empleó para crear la guerra biológica, mediante la que se produjeron infecciones intencionadas de enfermedades como la viruela.

Pero hablando de la viruela…

Hay veces –muchas, en esta serie– en las que me desespera la especie humana. Es como si intentásemos aplicar todo lo que descubrimos para matar a los demás de las maneras más horribles que podemos. A veces, sin embargo, me enorgullece pertenecer a la especie – y ésta es una de ellas. Y es que hoy vamos a hablar de una enfermedad terrorífica, que acabó con la vida de cientos de millones de seres humanos y causó un sufrimiento extraordinario. Pero fíjate que utilizo el tiempo pasado, porque se trata de la primera y única enfermedad que afecta al ser humano que hemos logrado erradicar completamente utilizando la ciencia.

La viruela es, por tanto, un testimonio de lo que podemos conseguir cuando nos proponemos algo noble y trabajamos juntos –pues no es posible erradicar una enfermedad tan sólo en una región del planeta–, y de que no tenemos por qué resignarnos a los azares de la naturaleza, sino que podemos sobreponernos a las desgracias más terribles que el mundo puede lanzar sobre nosotros – y la viruela ha sido, sin duda, una de ellas.

Se trata de una enfermedad cuyos orígenes se pierden en el tiempo. Ni siquiera estamos seguros exactamente de cuándo se produjeron los primeros casos de viruela en el ser humano, ni del origen último del virus que la produce, Variola virus. Algunos estudios sugieren que se produjo como una mutación de algún virus que afecta a roedores, de modo que pasó a afectar al ser humano entre 70 000 y 15 000 años atrás: sí, así de borroso es el asunto.

Variola virus
Variola virus [dominio público].

De lo que no nos cabe duda es de que el ser humano ha convivido con la enfermedad desde tiempos prehistóricos, pero que su forma más común se extendió después de la migración al continente americano, ya que no existía en las Américas cuando llegaron los europeos. Parece que la enfermedad ya era endémica en la India alrededor del año 1 000 a. C.

El Variola virus es un virus de forma oval, de unos 300x250 nanómetros, que tiene una especie de “reloj de arena” en su interior donde se aloja el ADN. En muchos aspectos es un virus normal y corriente, pero hay algo en lo que es especial, y ese algo es importantísimo: sólo se contagia entre seres humanos.

Otros virus pueden transmitirse entre especies, pero sólo hemos logrado transmitir la viruela a otros animales, como algunos simios, en el laboratorio. Esto es esencial porque, de afectar a especies animales diferentes, sería muy difícil controlarlo; pero, dado que el Variola virus es únicamente humano, es mucho más fácil acabar con él.

El nombre proviene del latín varius (grano), por las marcas terribles que deja en la piel y que seguro que conoces. No voy a mostrar apenas imágenes de personas afectadas por ella, ya que es desagradabilísimo y no lleva a ninguna parte regodearse en ello, pero sí una sola, por dos razones. Por un lado, para mostrar las cicatrices que deja, y por otro porque no es una víctima cualquiera: es Rahima Banu, el último ser humano en infectarse de manera natural con viruela –luego explico qué quiero decir con “de manera natural”.

Rahima Banu
Rahima Banu, con dos años de edad, en 1975 [dominio público].

Una vez que el virus entra en el cuerpo a través de alguna mucosa –normalmente inhalado–, empieza a replicarse en células de la mucosa de la boca y la faringe. Depués migra a los ganglios linfáticos, desde donde puede propagarse por casi todo el cuerpo. Durante esta primera etapa de incubación, que dura unos 12 días, el enfermo ni siquiera sabe que tiene la enfermedad, ni puede contagiarla fácilmente.

En ese momento se rompen muchísimas de las células infectadas a la vez, liberando una gran cantidad de virus en el torrente sanguíneo y produciendo una segunda ola de infección celular. Es entonces, normalmente, cuando el sistema inmune detecta la infección y el enfermo empieza a sufrir los síntomas típicos de muchas enfermedades víricas y bacterianas –síntomas que no son sino la señal de que el sistema inmune está combatiento la infección–: fiebre, dolor muscular, dolor de cabeza y debilidad general.

Cuando la segunda oleada de células infectadas se rompe, se producen los síntomas más típicos de la viruela: el virus afecta en esta etapa preferentemente a las células de las mucosas y la piel, que forman unas vesículas hinchadas. A su vez, esas vesículas se acaban rompiendo y liberando fluido con una gran cantidad de virus.

Además de producir heridas por toda la piel y las mucosas, ésa es la manera principal de contagio: las vesículas rotas en las mucosas hacen que la saliva y el moco del enfermo sean muy ricos en virus. Cualquier persona en un contacto directo y cotidiano con él muy probablemente inhalará el virus, o se frotará un ojo, o algo parecido; una vez el Variola virus entra en el cuerpo del nuevo anfitrión, la historia comienza otra vez.

¿Y el enfermo antiguo? La cosa depende. Hay variedades diferentes en cómo se desarrollan los síntomas, y algunas variantes son más mortíferas que otras. Existe, por ejemplo, la viruela hemorrágica, en la que las mucosas infectadas sangran abundantemente y que produce la muerte más a menudo que la ordinaria. No es igual tampoco el desarrollo en un niño, un adulto o un anciano… en promedio, la viruela tiene un porcentaje de mortandad de alrededor del 30%; no lo bastante para arrasar con la población, ya que una vez sufrida el enfermo tiene los anticuerpos necesarios para vencerla en el futuro, pero sí lo suficiente como para ser un horror a su paso por cualquier lugar.

No hay una sola causa de muerte por viruela, ni está siempre claro cómo se produce. Lo más común parece ser, cuando se rompen las vesículas en las mucosas del tubo digestivo, la deshidratación y muerte por pérdida de líquido y electrolitos. A veces se añaden otras complicaciones, ya que las heridas en las mucosas del aparato respiratorio hacen más fácil adquirir enfermedades como bronquitis, neumonía y cosas parecidas.

Incluso si se sobrevive a la viruela, las cicatrices de las vesículas suelen dejar rastro de por vida, y el proceso entero de la enfermedad, como puedes imaginar, es doloroso y terrible. Si a esto añadimos la facilidad tremenda de transmisión, ya que como hemos visto es tan fácil de contraerse estando cerca de un enfermo como un catarro, la viruela fue desde el principio una enfermedad muy temida.

Los relatos de la Antigüedad son obviamente vagos en cuanto a detalles, y no siempre es posible estar seguro de cuándo una epidemia fue por viruela, pero a veces la cosa está bastante clara. Sabemos, como he dicho antes, que hacia el año 1 000 a. C. la viruela era ya endémica en el subcontinente indio. Esa región ha sido la tierra de cultivo de muchas enfermedades infecciosas, ya que era de una enorme densidad de población y la aglomeración de personas hace mucho más fácil que prosperen enfermedades de este tipo.

Una de las primeras personas de las que tenemos bastante certeza de que murieron de viruela fue el faraón Ramsés V, muerto hacia el año 1 145 a. C. Su momia fue descubierta a finales del siglo XIX y la cara y las extremidades muestran las cicatrices de las vesículas de la viruela, muy características. Se piensa que algunos mercaderes egipcios llevaron la enfermedad a su país tras comerciar en la India en los siglos inmediatamente anteriores.

Momia de Ramsés V
Momia de Ramsés V [dominio público].

En una primera etapa, la viruela parece haberse extendido únicamente por Asia y África. Desde la India llegó a China, y hacia el siglo V d. C. desde allí a Japón, donde una epidemia del siglo VIII acabó con un tercio de la población – una catástrofe comparable a la de la Peste Negra en Europa en la Edad Media. Su extensión por África probablemente empezó desde Egipto, ya que sus mercaderes también viajaban al sur y el oeste.

Tan común eran las epidemias periódicas de viruela en algunas zonas que, tras generaciones de sufrirla, aparecieron dioses específicos de la viruela en varias religiones politeístas. La diosa hindú Shitala es un ejemplo. No he conseguido estar completamente seguro de que se trate de una diosa de la curación o el cuidado de enfermos –en cuyo caso su adoración tendría como propósito que acudiese a salvar al enfermo– o una diosa que propaga la enfermedad –en cuyo caso el objetivo sería apaciguarla–. Si alguien sabe algo más, que lo diga. Las ramas pueden ser para espantar la enfermedad o propagarla, y el ánfora puede contener agua para refrescar al enfermo o la enfermedad misma:

Shitala
Shitala [dominio público].

Algo parecido sucedió en Nigeria, donde en la religión Yoruba hizo su aparición el dios Sopona, el Señor de las Enfermedades Infecciosas. En este caso no hay ambigüedad: Sopona envió la enfermedad a los humanos. Los sacerdotes de Sopona supuestamente tenían una estrecha relación con él y podían apaciguarlo –imagino que tras recibir generosos donativos–. Pero la cosa era aún más siniestra: los sacerdotes parecían tener el poder mágico no sólo de calmar a Sopona, sino de invocarlo y producir la enfermedad. Y más terrible aún es el hecho de que realmente eran capaces de hacerlo, aunque no utilizando la magia, claro.

A principios del siglo XX un médico de Sierra Leona, el doctor Oguntola Sapara, se infiltró en una de las sociedades secretas de Sopona en Nigeria –que por entonces era una colonia británica–, para descubrir cómo conseguían los sacerdotes del terrible dios infectar a quienes se enfrentaban a ellos. El interés del doctor Sapara era práctico: los sacerdotes se oponían a las campañas de vacunación (algo de lo que hablaremos luego), porque naturalmente si desaparecía el miedo a la viruela también lo hacía gran parte de su poder.

Sopona
Estatuilla de madera de Sopona [James Gathany/CDC/Global Health Odyssey, Dominio público].

Sapara descubrió lo inevitable: los miembros de la sociedad de Sopona raspaban heridas de la piel de enfermos de viruela para contagiar la enfermedad a personas sanas. El médico había arriesgado su vida, porque los sacerdotes de Sopona no se andaban con chiquitas, pero tenía pruebas del crimen y con ellas acudió a las autoridades. El Reino Unido prohibió el culto a Sopona en 1907. A pesar de explicar públicamente las prácticas realizadas por sus sacerdotes, se mantuvo el culto clandestino al Señor de las Enfermedades Infecciosas después de esa fecha –no sé si actualmente sigue existiendo o no–.

Pero me estoy yendo por las ramas, para variar: el caso es que la viruela se extendió bastante pronto por Asia y África, y muy poco después, inevitablemente, por Europa, dado que las rutas comerciales unían esos tres continentes a través de algunas de las regiones más pobladas del planeta, como el Oriente Medio.

El problema es que los relatos contemporáneos no son científicamente rigurosos, con algunas excepciones, con lo que casi nunca podemos estar seguros de nada. El Antiguo Testamento no menciona ninguna enfermedad con síntomas parecidos a la viruela –algo que sí hace, por ejemplo, con la lepra– con lo que parece no haber sido muy común entre los hebreos del primer milenio a. C.

De vez en cuando, en las crónicas de la época, se menciona alguna plaga terrible que barre una región o ciudad determinada, y algunas de ellas muy probablemente han sido de viruela. Hay quien piensa que la enfermedad que asoló Atenas durante las Guerras del Peloponeso, matando a una tercera parte de la población, fue de viruela. Sin embargo, Hipócrates vivió durante esa época y era un cronista meticuloso en cuanto a la descripción de síntomas, y no menciona las pústulas tan características de la viruela en ningún enfermo de su tiempo.

En el primer milenio d. C. se produjeron repetidas epidemias en el Imperio Romano, varias de las cuales probablemente fueron de viruela. Otro médico griego de la talla de Hipócrates, Galeno de Pérgamo, se encontraba presente durante la primera de ellas, llamada Peste Antonina (usando el término genérico de peste como epidemia), con lo que tenemos un testimonio de primera clase. Los soldados romanos contrajeron la enfermedad –muy probablemente viruela– en el asedio a Seleucia, en Asia Menor, y la llevaron de vuelta a Roma.

Los habitantes de Italia murieron en masa. El porcentaje de muertes es el habitual en las crónicas de la enfermedad: entre la cuarta y la tercera parte de la población. Uno de los dos co-emperadores romanos, Lucio Vero, contrajo la enfermedad y murió en 169, dejando como único emperador a Marco Aurelio, de la familia Antonina que dio nombre a la epidemia.

Marco Aurelio
Marco Aurelio Antonino (121-180), emperador en solitario gracias a Variola virus [Pierre Selim / CC Attribution-Sharealike 3.0 License].

Pero la Peste Antonina hizo estragos en toda Europa: un porcentaje similar de personas murieron en lo que hoy es España, Alemania, los Balcanes… y el impacto psicológico y social sobre los supervivientes fue tremendo. En el punto álgido de la enfermedad, unos dos mil romanos morían cada día. Como sucedería siglos después con la Peste Negra, el terror hizo a la gente refugiarse en supersticiones y magia, intentando protegerse contra el Variola virus. El microorganismo, desde luego, ignoró conjuros y amuletos. El satirista Luciano de Samosata, al hablar de estos años de epidemia, contaba –con un humor negro afiladísimo– cómo un verso protector de un charlatán llamado Alejandro podía verse inscrito sobre los umbrales de muchas casas – especialmente de las vacías.

Galeno describió los síntomas de la epidemia: al principio, fiebre y debilidad. Posteriormente diarrea, inflamación de las mucosas del tubo respiratorio y aparición, unos nueve días después de la fiebre, de pústulas o vesículas en la piel. Es posible que fuese otra enfermedad, como el sarampión, pero la mayor parte de los historiadores médicos se inclinan por Variola virus.

El horror se repitió de un modo incluso más terrible que con la Peste Antonina un siglo después. Entre las dos epidemias no sucedió mucho, y esto se repetiría a lo largo de los siglos. Una oleada de viruela arrasaría una región determinada, pero en los años posteriores las muertes serían muy pocas, ya que los supervivientes tenían anticuerpos contra la enfermedad. Al no disponer de huéspedes, el Variola virus, que no tiene reservorios naturales en otros animales o plantas, desaparecía del mapa… pero no de algunas regiones en las que era endémico por la enorme densidad de población, como la India.

Al cabo de los años, de esos “refugios” en los que no acababa de desaparecer del todo, el virus volvía a expandirse de nuevo. Lo hacía de manera inevitable y natural, unas décadas después de la última epidemia, cuando los nietos o biznietos de los supervivientes adquirían el virus a través de algún ejército o expedición comercial, una vez que ya no había inmunidad en la mayor parte de la población.

Así, tras la Peste Antonina de 169 llegó a Roma la de Cipriano en 250. En el apogeo de la enfermedad morían unas cinco mil personas diarias en Roma. El nombre en este caso es por San Cipriano, el obispo de Cartago en esa época, que fue testigo y cronista de la terrible enfermedad. A él debemos la siguiente descripción, que no es la de un médico y además tiene un mensaje religioso, pero es la de un testigo directo de los hechos:

Esta dura prueba, en la que los intestinos, relajados en un flujo constante, descargan la fuerza corporal; en la que que un fuego originado en la médula fermenta hasta producir heridas en la boca; en la que las tripas se estremecen con un vómito continuo; en la que los ojos se encienden, inyectados en sangre; en la que, en algunos casos, los pies o algunas extremidades se pierden por el contagio de la putrefacción infecta; en la que, por la debilidad derivada de la mutilación y la degradación del cuerpo, a veces se debilita la postura, o se pierden el oído o la vista; [esta dura prueba] es beneficiosa como prueba de fe.

San Cipriano de Cartago
San Cipriano de Cartago (?-258) [dominio público].

Aunque epidemias como estas dos se repetirían en Europa, algo cambiaría con el tiempo. El aumento en la densidad de población y la aparición de un comercio más intenso entre diversas partes de Europa hizo que la enfermedad se hiciera endémica, como había sucedido en algunas partes de Asia. Aunque esto tiene una parte mala evidente, también tiene otra buena: por un lado, no hay oleadas de enfermedad que matan a un tercio de la población, sino que muere gente poco a poco, ya que un gran porcentaje está inmunizado ya. Por otro lado, la exposición continua, generación tras generación, a una enfermedad tan mortal produce una selección que hace que los supervivientes de varias generaciones sean los más resistentes a la enfermedad, genéticamente hablando.

Esto es algo que se ha repetido con otras enfermedades infecciosas en la historia de la humanidad: aparecen en un momento dado con una tasa de mortandad terrible, y hacen estragos en oleadas violentísimas y relativamente cortas. Luego, o bien el microorganismo muta hasta hacerse menos mortífero, o la selección constante se traduce en una resistencia en la población superviviente, de modo que la enfermedad se hace más cotidiana, menos peligrosa –aunque lo siga siendo– y menos aterradora.

Con el tiempo, aunque no comprendiésemos la verdadera naturaleza de la viruela –para eso haría falta la teoría microbiana de la enfermedad–, fuimos distinguiéndola más claramente de otras “pestes” según la medicina medieval fue avanzando. El médico que más ayudo a ello durante la Edad Media, con enorme diferencia, fue un viejo amigo nuestro: Abū Bakr Muhammad ibn Zakarīyā al-Rāzī, conocido en Europa –donde las traducciones de sus libros eran auténticos tesoros– como Rhazes.

Rhazes escribió en el siglo X un libro específicamente dedicado a distinguir la viruela de otra enfermedad vírica con algunos síntomas similares: el sarampión. En el libro, Kitab al-Judari wa al-Hasbah (El libro de la viruela y el sarampión) el médico persa da la descripción más detallada hasta el momento sobre la viruela, ya que su objetivo es que el lector sea capaz de distinguirla del sarampión. Por supuesto, desde un punto de vista moderno el texto de Rhazes es ingenuo, poco objetivo y lleno de ideas equivocadas, pero sigue siendo magistral teniendo en cuenta el momento de su publicación:

El brote de viruela está precedido por una fiebre continua, dolor de espalda, picor en la nariz y pesadillas durante el sueño. Éstos son los síntomas más severos de su llegada […]. Síntomas adicionales son: sequedad en el aliento, esputos densos, ronquera en la voz, dolor y pesadez de cabeza, inquietud, náusea y ansiedad. Véase la diferencia: la inquietud, náusea y ansiedad aparecen más comúnmente en el sarampión que la virela. Por otro lado, el dolor de espalda es más agudo en la viruela que el sarampión.

Lo que el persa no descubrió –hacían falta aún siglos para eso– es una manera de protegerse contra la enfermedad. Su consejo es clarísimo:

El mejor curso de acción en esta etapa [cuando el paciente tiene ya las vesículas características] es alejarse, ya que de otro modo la enfermedad puede convertirse en una epidemia.

Pero, como he dicho antes, según la densidad de población fue aumentando en Europa a lo largo del segundo milenio d. C., la viruela se hizo endémica como lo era ya en Asia. Prácticamente todo el mundo se infectaba de ella, casi siempre de niño, y dado que un tercio de los enfermos moría en promedio, la viruela se convirtió en una de las principales causas de mortandad infantil. Por otro lado, la población adulta estaba compuesta de individuos inmunizados –y, como también he dicho antes, seleccionados hasta cierto punto–.

La viruela se convirtió en algo terrible pero cotidiano para los asiáticos, africanos y europeos. Pero esta enfermedad, como dije al principio proveniente de un virus propio de roedores, había mutado hasta ser capaz de producir contagio entre seres humanos después de la separación de otros grupos, como los que emigraron a Oceanía y América. Y esto significó que la población de América y Oceanía no sufrió selección alguna; a su vez, esto fue una suerte durante milenios… y una desgracia terrible cuando millones de personas fueron expuestas a Variola virus al entrar en contacto con los europeos.

Pero de esa desgracia y, por fin, de la parte optimista de toda la historia, hablaremos en la segunda parte del artículo. ¡Hasta entonces!

Ciencia, Hablando de, Medicina

9 comentarios

De: Juan
2014-11-19 13:10

No sé si esto es adelanrame a la siguiente entrega. La serranilla VII del marqués de santillana dice: "Moza tan fermosa non vi en la frontera, com'una vaquera de la Finojosa". En la Edad Media las vaqueras tenían fama de guapas y esto era porque eran las únicas que se habían inmunizado contra la viruela por su estrecho contacto con las vacas.

De: oscar
2014-11-19 17:57

Me ha encantado el articulo y su dinamismo, estoy ansioso de leer el siguiente

De: Cavaliery
2014-11-19 19:39

Otro articulo complementario a este, talvez me estoy adelantando, talvez:

http://lapizarradeyuri.blogspot.com/2010/06/viruela-cuando-la-mano-del-hombre-fue.html

De: Lluis R
2014-11-19 20:53

Estupendo artículo... ¿hablarás de Balmis?

De: Toni Torres
2014-11-20 17:22

Espero con ansia la segunda entrega. Un saludo

De: Jesús
2014-11-22 07:02

Fantástica entrada, muy informativa, bravo Pedro! Se te escapó una E mayúscula aquí: "Pero la Peste Antonina hizo estragos en toda europa". Saludos y no pierdas las ganas de desasnar!!

De: Iñaki Redin
2014-11-22 13:55

Estimado Pedro, me parece estupendo todo lo que escribes. Si has quedado un poco "castigado" o deprimido con el reportaje de la guerra biológico, quiero darte la (supongo) buena noticia de que me ha inspirado tanto que no he podido evitar coger los rotuladores y comenzar un cómic divulgativo sobre el asunto. Soy microbiólogo de formación, de vocación y me dedico a dar clases de biología en un instituto público. Como he seguido prácticamente la misma línea narrativa y temporal de tu artículo, creo que te hará ilusión ver tus palabras en imágenes. Gracias por estar ahí, sois geniales.

Si quieres ver otros trabajos míos pásate por mi web www.comicreando.com (esto lo puedes borrar, si quieres, a la hora de publicar el post).

De: Pedro
2014-11-22 19:19

Iñaki, ¡qué ilusión, chico! Cuando lo tengas publicado dímelo, por favor, para que lo enlace desde aquí. Cosas así son las que me hacen sentir honrado por tener estos lectores... :)

De: J
2014-11-23 17:58

Es impresionante. Quiero la segunda parte.

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