Iniciamos esta serie de Hablando de… con el ácido sulfúrico, sintetizado por primera vez por Geber, cuyas ideas inspiraron la búsqueda en la Edad Media de la piedra filosofal por los alquimistas, el más grande de los cuales fue Paracelso, que eligió ese nombre para compararse con Celso, que se pensaba era un médico romano pero realmente era un tratadista que escribió una de las primeras grandes enciclopedias, la mayor de las cuáles es el Siku Quanshu, que contiene tesoros científicos, literarios y filosóficos como los tres textos clásicos del Taoísmo Filosófico, que tenía un concepto de la realidad muy diferente del occidental hasta la llegada de la “realidad cuántica”, puesta en cuestión por algunos físicos, que se enzarzaron en interesantes debates como las discusiones entre Einstein y Bohr, en las que tomaron parte otros genios como John von Neumann, cuyas ideas de máquinas auto-replicantes, junto con el concepto de una inteligencia artificial comparable a la humana de Turing, llevaron a las primeras predicciones de una “singularidad tecnológica”. Pero hablando de la singularidad tecnológica…
La idea de que llegaría el día en el que hubiera ordenadores de una inteligencia suficiente para diseñar otros, o bien de que pudiéramos escribir programas capaces de escribir programas mejores, capaces de escribir otros mejores, etc., fue expresada de manera explícita por primera vez por Irving J. Good (estadístico y criptólogo). Good se planteó lo siguiente, que puede parecer algo obvio ahora, pero piensa que lo pensó en 1965:
Supongamos que diseñamos una máquina “ultrainteligente”. Sería muy superior a nosotros en numerosos procesos intelectuales. Uno de estos procesos probablemente sería diseñar otras máquinas más inteligentes, capaces de repetir el proceso: se produciría un aumento geométrico de la inteligencia de cada generación, de modo que sería una “explosión de inteligencia”. La primera máquina capaz de hacer eso es la última invención que la humanidad haría.