En la serie Inventos ingeniosos recorremos objetos de la vida cotidiana en los que no solemos pensar a menudo. Tratamos de mostrar cómo a veces olvidamos las cosas que tenemos delante, considerando interesante sólo el aprender sobre complicadas teorías o descubrimientos: muy a menudo existen cosas realmente curiosas delante de nuestros ojos, o pegadas a nuestros oídos. A veces sabemos menos de lo que más utilizamos día a día que de lo que nunca hemos visto…
En la última entrada de la serie (en parte como preparación a ésta) hablamos acerca del telégrafo eléctrico. La historia de la invención de hoy sigue la misma tónica que aquélla: se trataba, en su momento, de algo inevitable. Muchas de las mentes más brillantes de la época con una orientación creativa y técnica cavilaron durante años hasta conseguir producir el invento de hoy – un invento muy disputado. De hecho, aún no parece estar muy claro quién es realmente el inventor, pero a lo largo del artículo trataré de mostrar dos cosas: que no es demasiado importante, pues casi todas las ideas son muy similares; y que los criterios que suelen utilizarse para elegir un “ganador” no son los más adecuados. Es más, querido lector, te daré una pista algo surrealista: ensalada de pepinos.
En cualquier caso, hablemos acerca del siguiente paso evidente tras lograr la telegrafía eléctrica: una vez transmitida información mediante un cable utilizando un telégrafo, ¿cómo conseguir transmitir la voz? Hablaremos acerca del teléfono. ¿Quieres saber cómo eran los primeros teléfonos? ¿Por qué a veces se daba vueltas a una manivela a gran velocidad para llamar por teléfono? ¿Sabías que, al principio, los teléfonos se compraban a pares? ¿Qué tiene que ver la magnetostricción con los teléfonos? Pues ya sabes, sigue leyendo.